miércoles, 13 de agosto de 2008

La figuera


Me siento huertano, folclórico, conecto con mis antepasados, como si fuese un indio de chichinabo, cada vez que voy a la "figuera" de mi abuelo. Mi abuelo no está, y yo ni siquiera le conocí, pero se me ocurre imaginármelo liándose un cigarro bajo la sombra del árbol mientras el agua sale de la acequia e inunda el huerto que hay al lado.
Ayer mi madre me dijo que Conchín "la Parlaora" (la señora propietaria del huerto de al lado y cuyo apodo sienta como anillo al dedo a su fabulosa verborrea) aseguraba que nuestra higuera estaba atestada de higos, y bien maduros además. Me sorprendió, porque el año pasado no los pude recoger hasta casi llegado septiembre.
Como queda sugerido, la higuera y el campo donde crece y da sombra e higos desde hace un montón de años pertenecieron a mi abuelo Voro y, como es natural, al morir él y hace nada mi abuela, lo heredaron mi madre y mis tías. Fue de los pocos campos que les dejó (por razones que no vienen al caso pero que no tienen nada que ver con dilapidaciones puteriles o ludópatas) y mi familia lo tiene arrendado a un señor que ahora planta allí oliveras, palmeras e higueras que una vez creciditas vende a los chaleteros para que las replanten en el jardín, lo que sin duda le rinde al arrendatario más beneficios económicos que si se dedicase a plantar tomates o berenjenas y los vendiese después.
La cuestión es que con toda la ponentá que caía ayer como un secador gigante de cuarto de baño de bar colgado del cielo, hasta allí me fui dispuesto a recoger los higos, comérmelos y repartirlos entre familiares y amigos diciéndoles "mira que higos más buenos tengo", algo que incluso sienta mejor que comérselos. Pero, en este caso, la Parlaora habló demasiado y cuando fui, comprobé que la mayoría de los higos seguían verdes. Había unos cuantos maduros, lo que me hace pensar que no eran los únicos hasta hace nada y que alguien se debió de llevar el resto antes que yo. Así que volveré la semana que viene y a ver si puedo coger más.
Siempre que vuelvo de la Figuera de mi abuelo, con la bolsa llena de higos o no y algún tomate que cojo de la huerta de al lado, pienso que no sería una mala vejez la de pasarse las tardes liándome cigarritos bajo la sombra de la higuera mientras veo como el agua cubre el campo como una manta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida se construye a base de estos pequeños detalles que ensanchan el alma y el recuerdo.

Mmmmmm, higos. Más que los higos, el pretexto para emprender un paseo hasta aquella higuera con tanta historia. Quizá, algún día, con una neverita y unas cervezas... hasta te podría acompañar. Jeje.

Abrazos.